Comentario
En el año 279 a. C., un terrible azote se abatió sobre Grecia. Numerosas tribus de celtas, deseosas de alcanzar los fértiles campos mediterráneos, abandonaron sus asentamientos de Centroeuropa y se abrieron paso hacia el sur. Incapaces de contener la oleada, los griegos, espantados, los vieron llegar a Delfos, y, según relata la leyenda, tuvo que ser el propio dios quien los arrojase de allí, lanzándoles una avalancha de rocas.
Asombrados por la fuerza salvaje de los galos, los príncipes helenísticos reaccionaron de forma diversa: unos idearon enrolar en sus ejércitos, como mercenarios, a tan feroces guerreros; fue lo que hizo Pirro del Epiro, que los usó para combatir contra Macedonia, y les dejó saquear en Vergina las tumbas regias que pudieron encontrar (274 a. C.); también lo intentó Ptolomeo II, quien tuvo al final que exterminarlos, dado su carácter levantisco. Otros, en cambio, los combatieron sin cuartel, como Antígono Gonatas. Y, entre aliados ocasionales y enemigos acérrimos, buena parte de las hordas celtas siguieron su camino, cruzaron el Bósforo y se extendieron por Asia Menor (278 a. C.).
Estos gálatas -que es el nombre que usan los historiadores griegos para designarlos- sentían lógica atracción por los ricos puertos de Jonia y Caria, y desde el principio se lanzaron sobre ellos para saquearlos. Sus asaltos debieron de ser brutales, y su solo aspecto causaba espanto. En ocasiones, había gentes que preferían el suicidio a soportar sus terribles desmanes: sirva como testimonio vívido de tal pesadilla este epigrama fúnebre de unas mujeres jonias: "Hemos muerto, Mileto, cara patria, huyendo de los ultrajes infames de los criminales galos, nosotras, tres jóvenes de la ciudad, empujadas a tal destino por el violento Ares de los celtas. Porque no hemos esperado sus golpes impíos ni sus violaciones, sino que hemos encontrado un defensor en Hades, un esposo de nuestro gusto" (Anthol. Gr., VII, 492).
Pero, contra estos salvajes, "iguales a copos de nieve y numerosos como las constelaciones que se extienden por el espacio celeste" (Calímaco, Himno a Delos), sabrá levantarse un pequeño y nuevo reino: el de Pérgamo.